Almacén de letras. Blog de V.Pisabarro

viernes, 17 de octubre de 2008

Estoy muerto

¡Ya está! Ya me morí; estoy muerto. Estoy en la fosa, me enterraron. Lo último que oí fue el estrépito de los terrones sobre el ataúd; mi ataúd, este que me contiene ahora y que está cubierto por la tierra que antes pisaba. No siento temor; no siento nada; no tengo ningún miedo. Sé que ya no respiro, que mi corazón no late, pero no sé si mis ojos están cerrados o abiertos, no veo nada; no es que vea todo blanco o todo negro, es que no hay nada y a la nada no se la puede ver. No sé cuánto tiempo llevaré sepultado; quizás debería estar oliendo mi putrefacción, pero tampoco olfateo nada, ni oigo, ni trago saliva, nada me pica, ni me escuece o duele, no tengo sueño, ni frío ni calor; estoy muerto.

Entonces, ¿por qué siguen chispeando los ecos de algunos pensamientos en mi cabeza, por qué sigo escuchándome en el cerebro? O… en el alma. ¿Hay un alma? ¿De dónde llegan estas resonancias? ¿Hay una conciencia que no se separa nunca del cuerpo y que también se descompone poco a poco mientras se separa la carne de nuestros huesos? Puede que la mente siga trabajando, que no se desconecte de golpe, que se vaya apagando paso a paso, del mismo modo que se apagan las luces de una casa; primero la cocina… luego el salón… después el dormitorio… Acaso ahora sea así y yo esté en las últimas y cuando se apague mi última luz, se habrá consumido definitivamente otra existencia, como la de otros miles de millones antes que la mía. Así de simple, no hay más. Así murió Colón, estuviera donde estuviera, Shakespeare, Gandhi, Stalin o el humilde panadero de cualquier pueblo. Este es el secreto jamás desvelado. Nadie regresó después de morir para decir a los vivos que estando muerto no se está bien ni se está mal, que morimos sin miedo, sin angustia, sin necesidad alguna, sin esperar ningún futuro ni salvación.

O quizás estar muerto no sea solo esto; posiblemente me encuentre en una espera. Algo puede ocurrir, o quizás nunca me ocurra nada más. De repente, podría aparecérseme una luz divina, o que mi alma comience a filtrarse entre los poros del ataúd primero y por los millones de granos de la tierra que lo cubren para elevarse a algún paraíso, o también podría derretírseme como el plomo y colarse poco a poco hacia algún infierno.

Es el momento de esperar a alguna divinidad. Puedo esperarla o no esperarla eternamente porque el tiempo ya no se divide en horas, ni en días; ahora son eones indefinidos los que me llevan del mañana al ayer y del nunca al siempre. Ni siquiera existe eso a lo que llamé tiempo.

¿Tendré un juicio? ¿Seré juzgado por el ojo que todo lo ve, por un juez infalible que sabe todo lo que se puede saber? Porque él; o ella; o ello; será la sabiduría y, por lo tanto, todos seremos exonerados de pena y castigo por él, o por ella, o por ello, porque quien todo lo comprende, todo lo perdona. ¿O seré castigado por lo que dije y debí callar, o por lo que no hice y debí hacer, o por todo el dolor que regué por el mundo sin importarme el sufrimiento con tal de satisfacerme? No lo sé; no sé si habrá o vendrá un juez; o un Dios; o el mismo Satanás, tampoco me importa. No me importa nada.

Todo lo que en vida me aterraba, muerto me es tan indiferente como el pestañeo de una vaca en un prado. El miedo a morir, al infierno, a la nada, al vacío… ¡Qué sublime tontería! Si pudiera regresar y decir a todos los que sufren la vida: ¡Eh! Escuchen. Estar vivo es una tremenda carga; lo mejor del mundo es morirse de una vez, estar muerto y descansar; dejar de comenzar y recomenzar los días y los años. Es un alivio abandonar esa gota de agua en la que habita nuestra miserable existencia y que flota en un insondable mar cósmico, guareciendo a miles de millones de existencias sin sentido como la nuestra.

El impulso vital, la reproducción de este tremendo error que llamamos vida, nos obliga a vivir, a amarnos, a devorar a otros seres para seguir existiendo y prolongarnos en nuestra descendencia.

No sé para qué existimos, aunque ahora sé por qué merece la pena vivir a pesar de todo. Mi vida está plenamente justificada por lo único que puede justificar a todas las vidas: por la belleza.

El color es bello, la forma es bella, la paternidad fue bella. Los amantes son hermosos, la geometría, el sexo, la arquitectura, los campos y las nubes; los barcos, el pan, los besos y los adioses; las mañanas de invierno, el estío, el otoño y la primavera. Casi todo lo que fabricó la mano del ser humano es bello. Las matemáticas, los ritos, las risas, las caricias, las nieves y las lluvias son bellas; los museos, el furioso viento silbante y el que mece a las rosas, las olas de todos los mares, el agua clara, la amistad, los cristales empañados, el ondulante vaho de un aromático café, la húmeda selva, el soplo que enfría la sopa, los caminos, las miradas de los niños, los acantilados y los desiertos, la porcelana, los perros, los animales, una mesa bien puesta, todo es hermoso. La caridad, el olvido, el perdón… las madres… cuando te dicen: ¡Buen día!... Sí; por la belleza merece la pena vivir… El poder, el dinero… no merecen la pena… Belleza… vida… yo… ya no soy… estoy muerto… morí… la belleza… no tengo miedo… estoy muerto… yo… vivir es bello… la vida es bella… yo… la vida… vivir… vivir… vivir… la vida…. …. …

ALMACÉN

Aquí aparecerán esas letras que antes se perdían en la nada de mi computadora. Escritas por puro placer y sin ninguna ambición de agradar ni complacer. Descargar novela"Del Agua Nacieron los Sedientos"